6/12/08

061208

Abre un poco la ventana. El aire se mete a empujones, lucha por refrescar este ambiente oscuro donde nos hemos sumergido hace tiempo. Hoy lo comprendo. Hoy me doy cuenta de que es necesario salir alguna vez y no quedarme siempre encerrado en mis pensamientos. Veo como la vida se lee línea a línea frente a mis ojos y una vez más recuerdo. Recuerdo que una vez yo estuve ahí, en la cima del mundo. Recuerdo que alguna vez, cuando mi cabello no era cano, podía desear lo que quisiera, y lo deseaba. Mi gran pasión por escribir era todo lo que me movía en este mundo. Escribir, y tus ojos. ¿Dónde se han ido esos ojos? ¿Dónde tu recuerdo y tu aroma y tu aliento que me hacen falta para seguir viviendo? Será que el viento lucha con tanta fuerza porque los trae para mi? Entonces lo dejaré entrar. Dejaré que estos maderos viejos y estos huesos aún más viejos respiren de nuevo. Y entre lo crujidos de los unos y los quejidos de los otros pelearé de nuevo por recuperar esta vieja juventud que me llena los bolsillos.

Recuerdo que me sonreías, que cada vez que nos encontrábamos en el parque era todo un suceso. Pues yo tenía mucho miedo de parecer un tonto ante tus ojos y me preparaba con muchas horas de anticipación. Primero haría un comentario sobre el clima, después, sobre el día, las noticias, las labores. No, las labores no. Hablar en el almuerzo sobre trabajo siempre ha sido de mal gusto. Hablaría de las flores, del pasto y del campo. Hablaría de lugares maravillosos que yo había inventado la noche anterior para ti. Habría inventado mil historias antes del amanecer y las había despedazado todas buscando una sola que me gustara para contarte. Cuando menos lo esperaras, empezaría a relatar la historia de nuestro escape, de cuando por fin habrías decidido aceptar mi oferta de escapar para siempre lejos de todo este ruido. Porque sin importar lo que pasara, yo habría viajado a lo largo y ancho del mundo por darte ese lugar. Aún si nunca lo encontrara, lo inventaría para poder ahí vivir enamorados por siempre jamás.

Pero ahora, ¿qué me queda? un sombrero viejo y un traje raído, y el clavel en mi solapa que no es sino un recuerdo en cenizas. Y mi corazón un latir palpitante y quieto y callado y silencioso y calmado, taciturno. Tal vez, si ese día no hubiera tenido miedo. Tal vez si el día en que decidiste escapar conmigo.... tal vez....

Recuerdo la carta que me enviaste, la última que recibí tuya. Ahí decías cuánto me querías y todo lo que estabas dispuesta a hacer. Ahí te decidías a formar una vida conmigo y yo, y yo no pude. Te observaba desde las sombras en la estación del tren donde debiamos vernos a las tres de esa tarde de otoño. Medité toda la noche y sabía que la vida que te esperaba conmigo era una vida de sufrimiento, de carencia. Que no podía yo ofrecerte más nada que unas líneas interminables y un amor infinito. Sabía, que no tenía más nada que ofrecerte. Tu vida llena de lujos, de todo aquello que un pobre diablo como yo desea siempre. Un pan que llevarse a la boca y yo, no tenía un pan que ofrecerte. Decidí no acudir a ese llamado del alma, y observarte desde esas sombras frìas. Nunca me viste mientras esperabas. Y sentí que el alma se me partía mientras te vi llorar al dar las seis. Tu mirada de incertidumbre y de duda y de abandono se hacían cada vez más presentes. Quise salir a tu encuentro, y decirte que era un tonto y abordar el siguiente tren a Paris. Pero no pude, mi amor por ti era más grande. No quería verte sufrir e , ironicamente, lo estaba haciendo con mi silencio de centinela. Al parecer tu padre hizo caso a mi aviso anónimo, pues llegó por ti al andén número siete, el último lugar donde te vi. Te agradezco haber luchado y forcejeado aún ante mi ausencia que inundaba el momento. Siempre te amé, desde antes de escuchar tu voz, y después de verte llorar dentro del automóvil que te llevó lejos de mi vida. Ahora me pregunto siempre, ¿qué hubiera sido de nosotros, de haber acudido a nuestra cita?

Creo que nunca lo sabré...creo que nunca lo sabrás...disculpa si no digo lo sabremos, pero el nosotros que existió, lo maté esa tarde de otoño.

Aún recuerdo que perseguí el auto con la mirada mientras mis piernas se congelaban. Aún recuerdo que mi voz luchaba por llamarte mientras mi silencio lo derrotaba. Aún recuerdo, que tomé ese tren solo, que tomé el rumbo de mi vida solo, como me siento ahora, cuando la pintura de las paredes se resquebraja y cae a pedazos, cuando mi corazón hace lo mismo con la poca vida que le queda. Ahora sé, en este lecho de mi muerte en vida, que todos los segundos que la vida me robó, son segundos de una vida contigo que nunca existió, que solo imagine y que desée cada día. Ahora sé que pude haber sido feliz con esas líneas y ese amor. Ahora sé que tú eras el pan de mi alma, que nada había que no pudieramos hacer juntos, incluso inventar un lugar, donde mi existencia miniatura fuera suficiente para hacerte feliz.



notas de fondo:

Matthew Robert Cooper - Miniature 4